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El origen de lo ‘bueno’ y lo ‘malo’

En su 'Genealogía de la Moral', Nietszche proponía la lúcida hipótesis de que las palabras de contenido moral fueron acuñadas por las clases poderosas como un modo de denominarse a sí mismas y de caracterizar sus acciones. Luego, tras la decadencia de esas clases dominantes, las palabras habrían quedado ligadas únicamente a valoraciones morales. Como la mayoría de los ejemplos que da Nietszche provienen del alemán, del inglés o del griego, me tomé el atrevimiento de investigar acerca del origen de los términos ‘bueno’ y ‘malo’ en el castellano. Tal vez mis conclusiones sean apresuradas dado mi escasa (está bien, mi nula) preparación filológica, pero por lo menos, he dado con algunas relaciones sugestivas. A saber:

La palabra ‘bueno’ proviene del latín ‘bonus’, que, entre sus muchas acepciones incluye la de ‘rico’, ‘adinerado’. Así parece haber sido utilizada por Cicerón, en “Video bonorum urbem refertam” (“Veo que la ciudad está invadida de ricos” –o, forzando la literalidad del término: “Veo que la ciudad está invadida de gente buena”).

Siguiendo a Nietszche, deberíamos suponer que la denominación ‘bueno’ comienza definiendo a las clases aristocráticas y luego a sus acciones. Primero ‘bonus’ refiere a los ricos, y luego a su conducta (que es la regla con que se mide qué es ‘bonus’, qué es ‘bueno’). Pero finalmente ambos sentidos se separarían cuando estas clases dominantes entran en decadencia, quedando sólo la valoración moral. Entonces, la palabra ‘bonus’ ya no define al rico y adinerado, sino a su conducta, considerada deseable. El gran hallazgo del pensador alemán estaría en que la valoración moral, lo ‘bueno’, ya no puede ser entendido como una moral universal y atemporal, tampoco como el producto de una relación productiva o ‘beneficiosa’ para las clases sometidas, sino tan sólo como la moral de las clases poderosas, de aquellas que tienen el poder de nombrar las cosas, y en consecuencia, de determinar qué es ‘bueno’ y qué es ‘malo’.

Esto nos conduce al término ‘malo’, que deriva del latín ‘malus’, que a su vez provendría del griego ‘melas’ o ‘melanos’[1]. Este último término se utilizaba para definir al color negro, de lo cual puede inferirse que lo ‘malo’ habría sido en algún momento relacionado con lo ‘negro’. Lo negro, como es de suponer, denominaba también el tono oscuro de la piel (‘melano-sterfo’, es decir, de piel oscura).  Podríamos suponer, entonces, que lo ‘malo’ eran los esclavos, la raza negra. Aquí podríamos reiterar el camino de la palabra que comienza definiendo a un grupo social (los esclavos esta vez), y que luego se asocia con la conducta reprobable de este grupo. Y si esta conducta es reprobable, es porque se distancia de la conducta de las clases dominantes, que son, una vez más, quienes tienen el poder para nombrar.

De más está señalar que este paralelo entre negrura y maldad persiste aún en nuestros tiempos. En la película Malcom X (1992), un jóven Malcom es iniciado en esta filología crítica por un colega que, junto con un grueso diccionario, le señala las distintas acepciones de la palabra ‘negro’:
“Desprovisto de luz. Desprovisto de color. Envuelto en oscuridad, y de aquí, tristeza profunda o macabra (como en ‘el futuro lucía negro’). Manchado, sucio, apagado. Hostil, amenazador (como en ‘un día negro’). Perversamente malvado (como en ‘negra crueldad’). Indicando desgracia, deshonor o culpabilidad…”
                       
“Pero... esto fue escrito por blancos,” es el comentario incrédulo de Malcom.

Ni siquiera Blake, con su espíritu librepensador (pero blanco y dieciochesco al fin), pudo evitar la fuerza de esta sinonimia en su poema ‘The Little Black Boy’ (El Negrito), con el que buscaba honrar y elogiar a la sufrida raza negra:
My mother bore me in the southern wild,
And I am black, but O! my soul is white…
(Mi madre me tuvo en las selvas del sur,
y yo soy negro, pero ¡oh, mi corazón es blanco! )
Claro que no es necesario remontarnos a la Inglaterra del siglo XVIII para encontrar acepciones semejantes. Sin ir más lejos, todavía es lugar común oír frases como “Es negro de corazón” cuando se desea sugerir que alguien posee un alma perversa. De modo similar, tenemos la muy recurrente y despectiva expresión “Es un negro”, utilizada para señalar que alguien es bruto/rústico/grosero. Nietzsche nos diría que esta expresión debió de haberse originado en las clases altas, logrando imponerse hasta el punto de que hoy es utilizada por sus destinatarios originales, inadvertidos de su verdadero significado. Ser un ‘negro’, según esta acepción, significaría ‘no pertenecer a las clases altas e instruidas’, o lo que es lo mismo, ‘tener una conducta propia de las clases bajas’. [2]

Las palabras, se ve, no son ingenuas. No estuvieron siempre ni siempre dijeron lo mismo. Tienen historia y tienen su propia política. Esconden mensajes y prejuicios. Son poderosas, y pueden hacernos reflexionar acerca de los que fuimos y de lo que somos.

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[1] Hasta donde pude saber, existe también otra hipótesis etimológica que señalaría el origen de ‘malus’ en el griego ‘malakos’ (blando, lánguido, débil).

[2] No quiero extenderme más en esta relación negro/malo a la que tanta atención he puesto. De modo que dejo fuera un ícono patético de esta confusión semántica: Michael Jackson, el negro que busca la pureza y la gloria repigmentando su cuerpo y borrando sus rasgos afroamericanos.




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